“La psiquiatría del niño y del adolescente no existe como especialidad en España, situación compartida en Europa por Albania y Bulgaria.
En otros países del entorno español existe desde hace 30 años. Esta carencia es, al parecer, la razón de que esta especialidad se encuentre últimamente en la cresta de la ola. Paradojas de la vida. La realidad es que los trastornos psiquiátricos, por extraño que parezca, también afectan a los niños y los adolescentes; por tanto, el objeto natural de esta disciplina no sólo existe, sino que supone una enorme carga de sufrimiento para la población. Ha llegado el momento de que las instancias públicas den respuesta a una necesidad grave no atendida, que conculca los derechos universalmente aceptados de la infancia y que supone que los niños sean atendidos e ingresados en servicios de adultos. La situación de la psiquiatría del niño y del adolescente es compartida, sin duda, por otras especialidades de la infancia, aunque tal vez con menor dramatismo, dadas las peculiares características de las enfermedades psiquiátricas. Desde un punto de vista histórico, la psiquiatría del niño y del adolescente ha ocupado un lugar menor dentro de la medicina, bajo la tutela paternalista y displicente de la psiquiatría de adultos (con honrosas excepciones) y la actitud distanciada de la pediatría. Esta situación se prolonga hasta nuestros días, cuando se sigue discutiendo cómo debería llevarse a cabo la formación de los futuros psiquiatras infantiles: si con predominio de la psiquiatría o de la pediatría, y concediendo que se convierta como mucho en una «área específica de capacitación», que algunos llaman «superespecialidad» y otros «subespecialidad», lo cual, si nos atenemos al diccionario, no deja de ser insultante.
La realidad es que la psiquiatría del niño y del adolescente abarca un ámbito del saber extenso y complejo, que comparte las incertidumbres de otras ciencias del comportamiento y que tiene una enorme repercusión social. Se calcula que del 10% al 22% de los niños y jóvenes menores de 18 años sufre en algún momento un problema psiquiátrico, y que la tercera parte de las enfermedades psiquiátricas del adulto comienza en estas edades. Si se tiene en cuenta que la prevención y el diagnóstico precoz son claves para la evolución y el pronóstico de las enfermedades, se comprende la necesidad urgente de que existan buenos psiquiatras infantiles. Pero es obvio que lo que no está legalmente reconocido no cuenta con inversiones específicas; y si no hay inversiones, no hay servicios asistenciales; y si no hay servicios asistenciales, no hay programas de formación, docencia e investigación y, por tanto, no hay especialistas formados con criterios rigurosos y controlados, y no hay progreso de los conocimientos. La psiquiatría del niño y del adolescente seguirá siendo de esta forma una materia menor; eso sí, con una enorme responsabilidad social.
Una rápida mirada a la historia universal y al mundo en que vivimos pone de manifiesto hasta qué punto los niños han ocupado un lugar secundario en los intereses de una sociedad esencialmente adultocéntrica, que atiende en primer lugar las necesidades de sus miembros más fuertes: los hombres adultos. Los ancianos, las mujeres y los niños vendrán después. Se constata, además, cómo los avances legales tardan en aplicarse a la vida cotidiana, o no se aplican nunca.
La psiquiatría del niño y del adolescente tiene importantes retos ante este final de milenio, y uno fundamental es su reconocimiento como especialidad. El proceso de formación de los psiquiatras infantiles debe ser idéntico al del resto de especialidades médicas; con un lugar destacado de los contenidos de psiquiatría general y de pediatría, sin lugar a duda, pero ocupando el núcleo central los específicos de la especialidad. Un segundo reto, relacionado estrechamente con el anterior, es dar respuesta a las evidentes deficiencias de la asistencia psiquiátrica en España: número insuficiente de psiquiatras infantiles; escasez y mala distribución de los recursos; falta de unidades de hospitalización de adolescentes; deficiente desarrollo de la atención ambulatoria; ausencia de servicios intermedios como hospitales de día; ausencia de unidades para trastornos específicos que así lo requieren; mala coordinación de los recursos sanitarios existentes, y de éstos con los recursos educativos, judiciales y sociales.
El desarrollo científico experimentado a escala mundial por la psiquiatría del niño y del adolescente durante los últimos 20 años la convierte en una de las áreas científicas con un futuro más prometedor e interesante, y con una mayor capacidad para dar respuesta a las necesidades de los pacientes. Son precisamente las necesidades de los pacientes las que deben orientar las decisiones que se toman”.
María Jesús Mardomingo es autora del libro Psiquiatría del niño y del adolescente y es jefa de la Sección de Psiquiatría Infantil del Hospital G.U.Gregorio Marañón de Madrid.