Divorcio y desarrollo emocional del niño

Mardomingo MJ, Divorcio y desarrollo emocional del niño. En Callabed J, Comellas MJ, Mardomingo MJ (eds.). El entorno social: niño y adolescente. Familia, adolescencia, adopción e inmigración. Laertes, Barcelona 1998, 87-95

Introducción

A lo largo de su historia, la Psiquiatría del niño y del adolescente ha considerado los factores ambientales y, de modo particular, el medio familiar, como un elemento fundamental en el desarrollo emocional del niño. La familia no sólo es el medio natural donde el niño vive, sino un elemento clave en el proceso de desarrollo cognoscitivo, emocional y de adaptación social. No es extraño, por tanto, que todas aquellas circunstancias que afectan a la familia y a la interacción de sus miembros tengan repercusiones en el desarrollo y adaptación de los niños.

La segunda mitad del siglo XX se ha caracterizado por grandes cambios en la organización familiar como consecuencia de la progresiva industrialización de los países occidentales. El paso de una sociedad agrícola a una sociedad industrial ha exigido la progresiva incorporación de la mujer al mundo del trabajo, no sólo como un modo de liberación y realización personal de las mujeres, sino también, como una mera exigencia de las fuerzas del mercado que requerían un aumento de la mano de obra.

La ausencia de la madre del hogar ha modificado de modo radical las relaciones familiares, con consecuencias no siempre beneficiosas para los hijos, ya que no se ha producido lo que habría sido el gran factor de compensación: la incorporación activa de los hombres a las tareas de la casa y a la educación y crianza de los niños. Esta falta de incorporación ha tenido y tiene sin embargo honrosas excepciones.

La mayor complejidad y dificultad de las relaciones familiares se ha acompañado además de un aumento espectacular de los divorcios y separaciones paternas. Un fenómeno relativamente escaso en épocas anteriores se ha convertido en un hecho común. Se calcula que en España medio millón de familias viven graves problemas de interacción y muchas de ellas acabarán separándose. En países como Estados Unidos, el 38% de los niños nacidos en los años 80 sufrirán el divorcio de sus padres. Esto significa que en la actualidad 1 de cada 3 niños de ese país tienen a sus padres separados.

La separación y el divorcio se presentan como una de las circunstancias que más profundamente y con más frecuencia afectan a la vida de los niños (1).

Si bien es verdad que el divorcio de los padres no implica obligatoriamente que los hijos padezcan trastornos psiquiátricos, también es verdad que los hijos de padres separados acuden más a las consultas de psiquiatría y pediatría (2), de tal forma que el 30% de los niños cuyos padres se divorcian cuando ellos tienen siete años, necesitan tratamiento antes de llegar a la adolescencia, frente al 10% de los que viven con ambos padres. Asimismo, antes de llegar a la vida adulta, el 40% recibe psicoterapia (3).

La proporción de niños hijos de padres separados es aún mayor entre los pacientes ingresados en los hospitales, representando el 50% – 75% de los adolescentes que ingresan por motivos psiquiátricos. El hecho de vivir con ambos padres biológicos parece tener un carácter protector para el niño, de forma que los niños y adolescentes que viven en familia con uno sólo de los padres, o que viven con padres adoptivos, tienen también un riesgo dos o tres veces superior de sufrir trastornos emocionales y del comportamiento y problemas de aprendizaje (4).

El primer divorcio de los padres no es raro que se siga de un segundo o incluso de un tercero, constatándose que mientras la tasa de separaciones en un primer matrimonio se sitúa en torno al 30% – 40%, en muchos países occidentales, en los segundos matrimonios esta cifra asciende a un 60%.

Si se tiene en cuenta el cúmulo de repercusiones emocionales, sociales, sanitarias y económicas que acompañan al divorcio, se puede deducir la enorme magnitud de este problema.

Características del divorcio

El divorcio no es un acontecimiento limitado en el tiempo, sino un largo proceso que se extiende a través de los años y cuyas consecuencias pueden prolongarse a lo largo de la vida del niño. Los conflictos que genera el divorcio suelen estar presentes mucho antes de que se inicien los trámites de separación y rara vez terminan con la sentencia del juez. De hecho, el proceso del divorcio abarca tres grandes etapas: Una etapa previa de desavenencias y conflictos maritales; una segunda etapa de intensificación de estos conflictos, coincidiendo con el comienzo de los trámites legales de la separación; y una tercera etapa de efectos a corto, medio y largo plazo que pueden afectar a todos los miembros que constituyen la familia (5). Es probable que la conmoción que representa el divorcio no pueda compararse en complejidad e implicaciones con ninguna otras crisis de la vida del adulto y de la vida del niño, y los cambios vitales que preceden y que le siguen jugarán un papel determinante en el futuro emocional y personal de padres y de hijos. De forma inmediata el divorcio significa la pérdida total o parcial de uno de los padres por parte del niño, la prolongación de los conflictos emocionales que existían en la familia o incluso su agudización, la aparición de cambios en los cuidados del niño, el descenso del nivel económico y el cambio de colegio. Más adelante, el proceso de adaptación tendrá que completarse ante un nuevo matrimonio del padre o de la madre, y con la incorporación de nuevos miembros a la familia.

La relación de los padres con los hijos se caracteriza muchas veces por las exigencias excesivas, la irritabilidad, la inconsistencia y la falta de apoyo. Estas pautas de interacción están presentes en muchos casos varios años antes del divorcio y son más ostensibles en la relación con los hijos que con las hijas.

Los padres se sienten infelices en su matrimonio mucho antes de la separación, y uno de los motivos de discusión más frecuente son temas relacionados con la educación de los hijos (5), lo que explica que muchos de estos niños se sientan responsables del divorcio de sus padres. Las disputas representan muchas veces una forma de desplazamiento de los propios conflictos de los padres. Otras veces les proporcionan un magnífico campo de batalla para exponer los reproches y acusaciones mutuas. Por último, estas disputas pueden manifestar la incompetencia real de los padres para afrontar el cuidado y crianza de los hijos, constituyendo una fuente continuada de estrés.

La prolongación de los efectos del divorcio en los hijos y en los propios padres podría llevar a pensar que la separación es la peor de las soluciones en los conflictos matrimoniales y familiares. Y, sien embargo, el divorcio cumple también la función de mal menor en situaciones de conflicto familiar intolerable, donde la primera víctima son los hijos. En estos casos la separación puede representar un auténtico alivio para todos los miembros de la familia, y una nueva oportunidad de recomposición de las relaciones intrafamiliares.

Divorcio y psicopatología en los hijos

El intenso estrés que acompaña al proceso de divorcio actúa en muchos casos como factor desencadenante de psicopatología en los hijos. Los niños y los adolescentes reaccionan con cuadros de ansiedad, depresión y trastornos de conducta de carácter agudo, que pueden prolongarse durante años. Son frecuentes los comportamientos agresivos y antisociales, los trastornos de ansiedad, la dificultad en el control de los impulsos, la depresión, el descenso en el rendimiento escolar y los problemas de adaptación general.

La sintomatología varía en función de la edad. En los niños menores de cuatro años son frecuentes los trastornos del sueño, la irritabilidad con episodios de llanto, la agresividad con los padres y hermanos y el miedo a ser abandonados (6). Los escolares de 6 a 12 años se niegan a aceptar la realidad del divorcio y se consuelan pensando que su padre o su madre terminarán por volver a casa; temen perder para siempre al padre que se ha ido y vigilan a aquel con el que viven, intentando adivinar el menor atisbo de que éste también les pueda abandonar. Sienten agresividad y humillación y se ven a sí mismos en clara situación de desventaja con respecto a sus compañeros que viven con ambos padres. Los niños sufren trastornos de ansiedad, rinden menos en el colegio y son extraordinariamente vulnerables a las escenas de violencia y a las disputas familiares.

Los adolescentes cuyos padres se separan pueden experimentar una auténtica conmoción en todo el sistema de valores y en el concepto de la vida que se habían formado. Desde el punto de vista psicopatológico pueden sufrir episodios de depresión con ideas e intentos de suicidio, considerando que la vida no tiene sentido, junto a trastornos de ansiedad y problemas de comportamiento. Los comportamientos agresivos, en ocasiones, se manifiestan por primera vez en niños antes que antes nunca los habían tenido. Otras veces los problemas de comportamiento ya existían, y se agravan con el proceso de divorcio. No es raro que el adolescente se sienta inseguro ante su propio futuro, y tenga miedo a fracasar si forma una familia, lo mismo que sus padres (3).

El tipo de trastornos que acompañan y siguen al divorcio, junto a las características previas de personalidad del niño, tienen en muchos casos un valor pronóstico respecto de la evolución posterior. Los trastornos afectivos en las niñas y los trastornos del comportamiento en los niños se correlacionan con lo que sucede hasta 8 – 10 años después (7).

Cuando se estudian los factores etiopatogénicos implicados en la psicopatología se llega a la conclusión unánime de que el factor patógeno por excelencia es la conflictividad entre los padres, sobre todo si tiene un carácter prolongado y se acompaña de una situación de aislamiento social de la familia, que impide la intervención de otros adultos como mediadores de los conflictos. Asimismo, los múltiples cambios que siguen a la sentencia de divorcio son responsables, de una forma muy directa, del desencadenamiento de cuadros patológicos en los hijos. Estos cambios casi siempre son negativos, y afectan a ámbitos esenciales de la vida del niño, creando una gran inestabilidad y desadaptación. No es infrecuente el cambio de casa y de colegio, afectándose por tanto las relaciones con los compañeros, profesores y otros miembros de la familia; el descenso del nivel económico, las modificaciones en la organización de la casa, en los cuidados de los niños, y en las relaciones sociales de la familia.

El cambio más trascendental para el hijo es, sin duda, su separación de uno de los padres. Si además se tiene en cuenta que el 80% de los padres divorciados se casa, y de estos un 60% se vuelve a separar y a casar, se comprende que el divorcio pueda ser para el niño el punto de partida de una sucesión interminable de matrimonios y divorcios, que le acompañará hasta su vida adulta (8).

 

Efectos a largo plazo

Los adultos cuyos padres se separaron consideran que el divorcio ha tenido consecuencias negativas en su vida, que se han prolongado hasta la edad adulta y que han condicionado su imagen personal, la estabilidad emocional, la percepción de las relaciones interpersonales y la capacidad para criar y educar a los propios hijos.

Los estudios longitudinales a largo plazo se han convertido en una de las herramientas fundamentales de la psiquiatría para conocer la naturaleza de las enfermedades. En el caso del divorcio, un acontecimiento biográfico tan impactante en la vida del sujeto, y con una carga tan compleja y demoledora, el seguimiento a lo largo del tiempo es una fuente de información y comprensión imprescindible.

Los trastornos emocionales de los niños coincidiendo con la separación de los padres encuentran su correlato en la vida adulta. Es frecuente que los adultos sufran sintomatología depresiva, conserven el sentimiento de haber sido abandonados, experimenten resentimiento y rencor hacia los padres y les reprochen no haber crecido en un hogar unido. Muchos han evolucionado hacia una visión conservadora de la vida, defienden la estabilidad del matrimonio por encima de todo y sienten horror a su propio divorcio, no sólo por las consecuencias que pueda tener para ellos, sino por las consecuencias que pueda tener para los hijos (7).

Las mujeres se sienten inseguras frente a la experiencia del amor, con grandes dificultades para establecer relaciones interpersonales que supongan un compromiso profundo. Tienen el temor de ser traicionadas y optan por relaciones heterosexuales múltiples de breve duración (9).

La alta prevalencia de las separaciones y divorcios en los hijos de padres divorciados ha llevado a hablar de una transmisión generacional del divorcio. Resulta impactante constatar que el 60% de las mujeres y el 23% de los hombres que proceden de familias separadas acaba divorciándose (10). Las mujeres tienden a casarse excesivamente jóvenes, no son capaces de comprometerse profundamente en el matrimonio y optan por tener numerosas relaciones sexuales.

En contraste con esta realidad, son rígidas en las relaciones emocionales y sociales, expresan y comparten los sentimientos con dificultad y tienen una visión conservadora de la vida con actitudes hipercríticas hacia la libertad de costumbres del mundo actual. Es decir, viven una gran contradicción entre lo que sienten y desean y lo que practican.

Los efectos negativos no disminuyen con la edad, y un elevado porcentaje de casos que se sitúa en torno al 50%, no llegan a sentir un bienestar y felicidad plenos en las relaciones personales.

Factores protectores y de vulnerabilidad

La persistencia de los efectos negativos del divorcio plantea el estudio de posibles factores de protección y de vulnerabilidad. De esta forma será posible poner en marcha medidas y programas encaminados a la prevención y al tratamiento. Sin duda se trata de un tema complicado, que debe analizarse desde el rigor y la comprobación, huyendo de toda demagogia.

 

Tabla 1. Factores protectores y de vulnerabilidad

 

 

 

a) Factores de vulnerabilidad:

 

·      Clase socioeconómica desfavorecida.

·      Psicopatología paterna.

·      Conflictividad prolongada previa al divorcio.

·      Carácter repentino del divorcio.

·      Múltiples cambios en el medio familiar.

·      Conflictividad entre los padres después de la separación.

·      Problemas legales.

·      Ausencia física o emocional de uno de los padres.

 

b) Factores protectores:

·      Ausencia de discordia o, en todo caso, escasa conflictividad marital.

·      Cambios mínimos en la organización y funcionamiento de la familia.

·      Mantenimiento de la relación con el padre ausente.

·      Apoyo económico y emocional a los hijos por parte de ambos padres.

·      Apoyo de otros miembros de la familia así como de los profesores y amigos.

·      Ausencia de juicios negativos de un padre acerca del otro en presencia de los hijos.

 

 

(Tomado de Mardomingo MJ: Divorcio y separación de los padres. En Mardomingo MJ, Psiquiatría del niño y del adolescente. Madrid, Díaz de Santos, 1994, 623-638).

                                           

En la Tabla 1 se enumeran los factores que se consideran más relevantes y que con más frecuencia se recogen en la bibliografía. Otras circunstancias añadidas son la edad del niño, el sexo y características temperamentales, la existencia de relaciones interpersonales gratificantes dentro y fuera de la familia, y las vicisitudes por las que pasarán estas relaciones con el tiempo. Constituye también un elemento clave las características de la interacción familiar en la etapa previa al divorcio, los cambios vitales que experimenta la familia como consecuencia de la sentencia judicial y el mantenimiento de los conflictos a lo largo de los años.

La vulnerabilidad del niño frente al divorcio depende en gran parte de su capacidad para superar la crisis inicial. Los niños que no lo logran, y que en los años posteriores siguen sufriendo numerosos acontecimientos vitales y experiencias negativas, constituyen un grupo de riesgo.

La interiorización por parte del niño de la relación perturbada que mantienen los padres limita su capacidad para establecer relaciones íntimas y sentir afecto por personas de otro sexo. La ausencia de uno de los padres durante largos períodos de tiempo, en la etapa posterior al divorcio, incrementa estos sentimientos de abandono y frustración, reforzando la hostilidad, el resentimiento y la desconfianza en las relaciones interpersonales.

El motivo por el cual los padres se separan y el modo en que los hijos conocen que los padres se van a separar es también fundamental. Cuando los padres exponen a los hijos de forma paulatina, y de modo coherente y razonable las causas del divorcio, el efecto lesivo es mucho menor. Los hijos tienen que hacerse a la idea de los nuevos cambios que se avecinan y, en el caso de hijos mayores, el divorcio puede verse como un medio eficaz para disminuir los conflictos familiares. Cuando, además, se une la certeza de que no perderán al padre que se marcha, el resultado es aún mejor. Por el contrario, cuando los hijos descubren la noticia de forma súbita e inminente, el impacto emocional y el sentimiento de pérdida es más intenso.

Otro factor pronóstico muy importante es el cambio en el nivel económico. Aproximadamente, la mitad de los padres dejan de ayudar económicamente a los hijos tras la separación, con un marcado descenso de los ingresos familiares que exige el que la madre se ponga a trabajar, si no lo hacía, o que amplíe el horario de trabajo, introduciendo nuevos cambios en la organización de la familia y aumentando la sensación de inestabilidad de los hijos.

Los factores protectores más importantes para el niño, en medio de esta situación tan complicada, son las relaciones prolongadas de afecto con los padres, la baja conflictividad marital previa y posterior, y los mínimos cambios en el estilo de vida familiar. La capacidad de los padres para transmitir a los hijos sentimientos de afecto, seguridad, apoyo y compromiso mutuo son fundamentales. La existencia de una figura adulta, significativa, junto al niño, que representa apoyo y continuidad, es un factor clave para la estabilidad emocional. De hecho, los adultos que han superado los efectos deletéreos del divorcio de los padres suelen contar en su biografía con una persona, habitualmente la madre, con quien han mantenido una relación de comunicación y afecto (7).

Indicaciones y tratamiento

Muchas familias necesitan asesoramiento y apoyo a lo largo del proceso de divorcio y algunas requieren tratamiento. Las etapas fundamentales son tres: antes de la separación legal, durante la fase de crisis aguda de la separación y una tercera etapa posterior de reconstrucción de la vida familiar. Los aspectos relacionados con la custodia legal de los hijos tendrán enorme trascendencia.

Los hijos tienen que lograr de modo progresivo algunos objetivos prioritarios (11):

 

  • Reconocer la ruptura de los padres como algo real e ineludible, de lo que no son responsables, pero que ha pasado a formar parte de su vida.
  • Aceptar la ausencia de uno de los padres y renunciar a la idea de una familia modélica, unida y feliz.
  • No dejarse implicar en la conflictividad parental y no actuar, por tanto, como intermediarios de los problemas.
  • Superar los sentimientos de culpabilidad personal, y los sentimientos de cólera, resentimiento y reproche hacia los padres.
  • Asumir la situación de divorcio como algo permanente y que no se va a resolver por la vía del milagro, o a costa de su sacrificio personal.
  • Tener expectativas realistas respecto al establecimiento de nuevas relaciones que compensen de las pérdidas sufridas.
  • Desarrollar un sentido adecuado de la identidad sexual.

El establecimiento de la custodia legal de los hijos suele ser uno de los temas problemáticos durante el proceso de divorcio. La custodia compartida parece de entrada la solución ideal, sin embargo, no siempre es así y la imposición puede dar lugar a un sin fin de conflictos (12). La afirmación de los padres de que desean quedarse con los hijos no siempre es cierta. A veces la lucha por la custodia no es más que un medio ve venganza y agresión al otro cónyuge. Estos padres pueden prolongar durante años los enfrentamientos legales, sometiendo al niño a una situación continua de angustia e incertidumbre. Está claro, que el bienestar del hijo no es su objetivo prioritario. El asesoramiento en estas situaciones es fundamental ya que los padres pueden no darse cuenta de las terribles consecuencias de una situación de conflictividad mantenida. Por el contrario, deben comprender que disminuir las tensiones y buscar unas relaciones familiares basadas en la armonía y en la superación de los conflictos, es la base para el equilibrio emocional y para el futuro de toda la familia.

El tipo de custodia legal no parece ser un elemento clave en la evolución posterior de los hijos, sino el tipo de relación que los padres mantienen con el hijo y el tipo de relaciones de los padres entre sí. El niño debe contar con el compromiso y el amor de ambos padres y debe ser testigo del respeto con que se tratan, por encima de las disensiones y del deseo explícito de separarse.

Consideraciones finales

El divorcio es un fenómeno progresivamente creciente en las sociedades occidentales, representando uno de los acontecimientos más estresantes de la vida del niño y del adolescente. Sus repercusiones en la estabilidad emocional tanto de los hijos como de los padres son muy importantes, así como sus efectos a largo plazo.

La psicopatología que genera el divorcio podría llevar a la conclusión de que lo mejor es que los padres no se separen. Esto no es cierto. Como todo fenómeno complejo, el divorcio plantea incertidumbres que rara vez se resuelven con respuestas simples. La conflictividad en el hogar, mantenida, crónica, de dos padres mal avenidos, es terriblemente perjudicial para los hijos. La presencia de escenas violentas entre los padres, o la mutua indiferencia, son tan destructivas que los propios hijos aceptan el divorcio en muchos casos como un medio de paliar una situación intolerable. Podría decirse que el divorcio tiene como finalidad empeorar la situación para que después mejore. Se trataría de un mal menor.

Es necesaria la creación de servicios y programas de apoyo y asesoramiento a los padres que desean separarse, encaminados a disminuir la conflictividad en el hogar y en las relaciones maritales. Los padres necesitan ayuda a la hora de tomar muchas decisiones difíciles propias de esta etapa, así como a la hora de adaptarse a los cambios en la relación con los hijos que la separación impone. La atención y el tratamiento precoz de los problemas emocionales y de conducta de los hijos es una medida preventiva de trastornos psiquiátricos muy importante dadas las repercusiones en la vida adulta.

Desde la perspectiva de los derechos del niño, no queda más remedio que plantearse el tema de la competencia para ser padre y madre. Muchos padres no la tienen. Han llegado al matrimonio por intereses de imagen social o de tipo económico, por mimetismo o por aburrimiento. Desconocen lo que significa una relación interpersonal significativa, basada en el amor, la generosidad y la mutua confianza. Son incapaces de transmitir al hijo sentimientos de afecto y seguridad, imprescindibles para su normal desarrollo.

Dado que el divorcio es un fenómeno no sólo familiar, sino también social, el cambio de algunos valores socialmente aceptados acerca de la maternidad y paternidad podría ser de gran ayuda. El concepto de los hijos como patrimonio de los padres debería modificarse.

Referencias bibliográficas

1 Mardomingo MJ: Divorcio y separación de los padres. En Mardomingo MJ, Psiquiatría del niño y del adolescente: Método, fundamentos y síndromes. Madrid, Díaz de Santos, 1994, 623-638.

2 Dickson L R, Heffron W M, Parker C: Children from disrupted and adoptive homes on an inpatient unit. Am J Orthopsychiatry, 1990; 60: 594-602.

3 Mardomingo M J: Repercusiones del Divorcio en la conducta de los hijos. Ponencia en las Jornadas «El menor ante el Derecho». Madrid, 1987.

  1. Zill N, Shoenborn CA: Developmental, learning and emotional problems: Health of our nation’s children, United States, 1988. Advance Data, Vital and Health Statistics of the National Center for Health Statistics, Washington, DC, National Center for Health Statistics, no. 190, November 16, 1990.

5 Block J, Block J H y Gjerde P F: Parental functioning and the home environment in families of divorce: Prospective and concurrent analyses. J Am Academy Child and Adolescent Psychiatry, 1988; 27: 207-213.

6 Hetherington EM, Cox M, Cox R: Effects of divorce on parents and children. In: Lamb ME (ed): Nontraditional Families: Parenting and Child Development. Hillsdale, NJ, Erlbaum, 1982.

7 Wallerstein J S, Corbin S B: Daughters of divorce: Men, women and children a decade after divorce. New York, Ticknor and Fields, 1989.

8 Guidubaldi J y Perry J D: Divorce and mental health sequence for children: A two-year follow-up of a nationwide sample. J Child Psychiatry, 1985; 24: 531-537.

9 Kuh D, Maclean M: Women’s childhood experience of parental separation and their subsequent health and socioeconomic status in adulthood. J Biosoc Sci, 1990; 22: 121-135.

10 Glenn N D y Shelton B A: Pre-adult background variables and divorce. J Marriage and the Family, 1983; 45, 405-410.

11 Wallerstein J S: Children of divorce: stress and developmental tasks. En Garmezy N, Rutter M (eds), Stress, coping and development. New York, Mc Graw-Hill, 1983, 265-302.

12 Simons V A, Grossman L S, Weiner B J: A Study of families in high-conflict custody disputes: Effects of psychiatric evaluation. Bull Am Acad Psychiatry Law, 1990; 18: 85-97.