La medicina y la escritura

El ejercicio de la medicina tiene mucho que ver con la ejecución de una obra de arte o con la escritura. La obra de arte brota siempre de la necesidad. El poeta escribe porque se siente llamado por una vocación absoluta, porque tiene la conciencia de que si no escribiera se moriría y debe aceptar esa exigencia vital sin preocuparse de lo que digan los demás. De la misma forma algunos médicos lo son porque no podrían ser ninguna otra cosa.

La escritura, como acto creador, significa que algo inédito, inesperado, original, está aconteciendo. Esa dimensión creadora transforma al escritor y la obra escrita transformará más tarde al lector, que descubrirá a través de las palabras, huellas del pasado que no volverá y atisbos del futuro que no es posible predecir. De esa forma el contacto y la comprensión de lo que otro ha escrito conmueven la conciencia y la experiencia interior de quien lo lee, y le permiten realizar un viaje interior cuyo itinerario le traslada a lo largo del tiempo, a otros momentos históricos y personales, hasta el encuentro con sus orígenes. De igual modo el ejercicio de la medicina debe alterar la identidad personal del médico, en un proceso gradual, cotidiano, imperceptible, y en ocasiones, definitivo y radical. La realidad del enfermo cambia la visión de lo que el médico ha contemplado hasta entonces y de lo que le queda por contemplar. Cambia la visión de sí mismo y de la vida.

El médico que escribe acerca de los pacientes y de su experiencia opta por otra forma de aproximación a la condición humana. La experiencia del paciente se transmuta en su propia experiencia y la escritura la transforma a su vez en experiencia del lector. De esa forma la vida minúscula del hombre corriente adquiere una dimensión nueva, pasa a formar parte del mundo de los libros, de la palabra escrita, y basta con que una sola persona lo lea y se sienta concernida para que haya cumplido su objetivo. El paciente anónimo queda rescatado, recibe un nombre y entra en esa red invisible de los que leen y comparten una realidad tan intangible como verdadera.

Lo mismo que el pintor capta un instante en el fluir del tiempo y pintándolo lo fija y lo salva de la fugacidad, el médico que escribe atrapa todo un mundo personal que se ofrece a su mirada y lo salva del olvido.

La comprensión de la realidad y de la naturaleza por parte del médico, lo mismo que la comprensión de una obra de arte, nunca termina. No solo exige situar los conocimientos en un contexto que les dé sentido, sino ir a la búsqueda de un significado final que siempre se escapa. Así como la música requiere nuevas ejecuciones y la escritura nuevas lecturas e interpretaciones, el ejercicio de la medicina sigue abierto a nuevos horizontes y la realidad del paciente a nuevos descubrimientos. A veces el paciente cree que está contando recuerdos, pero no son recuerdos, son los sueños que tuvo, que han buscado su aposento en la memoria y han desplazado la otra realidad, y el médico, como en la superficie de un lago, ve reflejados sus propios sueños.

El paciente que habla y el médico que escucha se acompañan, comparten un lenguaje exclusivo de palabras y silencios, donde decir es no decir, y donde hablar es también callar. Ambos saben que el dolor es inseparable del gozo de vivir, como la luz es inseparable de las sombras.

El paciente que habla y el médico que escribe su relato, buscan juntos el significado del transcurrir cotidiano. El afán narrador del paciente transforma al médico, que escribe por él y para él, en un esfuerzo supremo de sobreponerse a la crueldad que dictan las acciones humanas y de convertir la vida en algo razonable.