Ángel

Las batallas hay que ganarlas por adelantado, sobre todo la más decisiva, la batalla de la muerte si te rindes, ella se anticipa, toma con presteza lo que considera suyo, se acerca de forma sutil, entona su canto de sirena, y tú piensas que esa es la única perspectiva, la visión se concentra, quedas prendido de ese ojo magnético, escuchas la música arrulladora, mejor entregarse, ya no hay puertas ni ventanas abiertas, ya no quedan paisajes del alma, ya no hay recuerdos, solo el ojo magnético, el fondo del volcán, o una corriente que te eleva y te disuelve en la nada,

Ha sido un sueño, te despiertas empapado en sudor, un sueño que puede ser un aviso, son avisos de la mitad de la vida, que nacen de los golpes, hasta que llegue el golpe definitivo, cuando el hijo no puede ir al médico, pues tiene un examen, decides ir tú en su lugar y apropiarte de esa hora dedicada a las palabras, el impulso que has sentido esta mañana casi te ha conmocionado, quieres recuperar las palabras, ser de nuevo el sujeto del relato, después de tantos meses, desde que ella se fue, al interés de los amigos respondías con el silencio, atónito ante tanto dolor, confuso o anegado en lágrimas,

Eliges la silla de la esquina; en la sala de espera no hay nadie pero te sitúas apartado, evitando los sillones más cómodos, en un afán inútil de defender la distancia y la intimidad, ya lo ves, aquí no hay nadie, te sientas recogido, colocas el brazo y la pierna dañados por la parálisis en posición fisiológica, si alguien entra no notará nada, verá a un hombre moreno, alto, delgado, con el pelo rizado y unos ojos castaños que miran en diagonal hacia un cuadro de la pared, te gusta el cuadro y recuerdas a tu profesora de arte del bachillerato, ella diría, fijaos, es una sinfonía de granates y rosas, que hacen confluir la mirada hacia el motivo principal, el vaso delicadísimo junto a la rama de mirto, y debajo, como si no estuviera suficientemente claro el objetivo de la pintora, un letrero, que es un color más en el conjunto, “Vas spirituale”; te sientes confiado, el silencio y la penumbra te reposan, agradeces la soledad, estar a solas contigo mismo mientras por dentro te va creciendo un relato cuyo principal protagonista eres tú, durante todos estos meses, desde que ella se fue, te has negado a ser el sujeto de ninguna frase, y cuando los amigos te decían, tú, un dolor agudísimo te crecía por dentro, ¿yo?, no, el yo por ahora no existe, se lo ha llevado la angustia, no tengo la menor idea de dónde se puede encontrar,

Tú sigues todavía allí, hechizado en un momento fijo, cuando dijo que se marchaba, que ya no había nada, ¡qué frase tan banal! también te duele eso, la banalidad del adiós, con ese fondo de nubes rojizas que cruzaron por detrás de la ventana y tú ahora recuerdas, mientras miras el cuadro; no es verdad que la vida fluya, solo son momentos, falsos o verdaderos, donde queda anclado el corazón, como sirena varada, piensas que la fe te sostiene, pero es solo la esperanza humana de que ella vuelva, una esperanza obstinada, ajena a los hechos, tozuda como los deseos de la infancia, piensas que solo su retorno te permitirá recuperar tu verdadero yo, pero presientes que ese yo ya no existe, se fue como una pavesa llevada por el soplo del viento, la vida acontece a golpes y se descubre por momentos, poco a poco, a la altura de los ojos, ni más allá, ni más acá, de repente un día todo se derrumba, y un recuerdo, solo uno, ha resultado ser la piedra angular del edificio, quien lo diría, pero en la vida predomina el olvido, y es más lo que no se recuerda que aquello que se guarda en la memoria, esto sí, aquello no, aquello ya pasó y no dejó poso, ya no es nuestro ni es nosotros, pero hubo un gesto, una mirada, un instante de luz, que creíste siempre tuyos, y ahora ya no están,

Te has quedado en duermevela, en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia, oyes la música de una iglesia vecina, el organista ensaya una partita de Bach, después Haendel; no sabes si es real o es un sueño, dudas, pero qué más da, también puede ser una música de ángeles y a los ángeles solo se les oye por dentro, y tú, sentado en la silla más apartada e incómoda, te has metido dentro y ni un diván de maharajá hubiera cumplido mejor su cometido,

Deseas que la espera se prolongue, miras el cuadro y te recuerdas siendo joven, en aquel tiempo de indagación enfebrecida de las cosas fundamentales, querías conocer la naturaleza verdadera de la felicidad, del dolor, del abandono, eran cuestiones de tipo intelectual, pues entonces, estabas a punto de ser médico, te habías enamorado y te sentías feliz; las verdaderas preguntas vendrían después, eran las mismas pero formuladas por los trámites de la existencia, variaciones sobre un mismo tema, y ahora, tal vez porque eres médico, o hubiera sido igual sin serlo, sabes que es posible descubrir los mecanismos de las cosas, pero su secreto no lo sabe nadie, nadie conoce la lógica o la falta de lógica que recorre la existencia, pero a ti, eso, ahora, tampoco te importa, solo quieres construir tu relato, horadar los estratos del tiempo, a la búsqueda de detalles hasta ahora ocultos, que te permitan entender la frase fatal: todo ha terminado, o simplemente, renunciar a entenderla, pensar que es el viento el que empuja la vida como empuja las hojas en invierno, pero quieres comprender, necesitas penetrar el significado de tres palabras que por separado son tan tontas, todo ha terminado, y buscas otras palabras, piensas en palabras distintas y hasta les ruegas que ellas te piensen a ti y así, de modo natural, que surja tu historia, y el relato descienda por tu garganta y te llegue al corazón y tú lo sientas como un elixir curativo que repara las heridas,

La música ha cesado, solo se oyen los pasos de la enfermera que se acerca por el pasillo, viene a llamarte, y tú, por primera vez, te sientes preparado, con un relato que contar, y lo harás en primera persona, pues el cuadro, la música, el silencio y la penumbra, te han llevado donde menos lo esperabas y estás dispuesto a retomar tu historia, allí, donde quedó inmovilizada, en el salón de la casa, con la bandada de nubes que cruza por detrás de la ventana, mientras una voz musita, ya no queda nada.