Chema

El médico que escucha la narración del paciente y la reinterpreta para darle sentido, está reinterpretando su propio mundo, está también narrando su propia realidad. Y se deja sorprender por la delicadeza de los sentimientos y la poesía de tantos relatos, como los poemas de Chema, que tiene un retraso mental y una esquizofrenia, y, cada vez que viene a la consulta, le dice a su médico que copie mientras él dicta y escribe en clave versos acerca de los ríos y las aguas, los senderos del pensamiento, la sombra y la claridad.

Cada vez que acude a la consulta emprende su tarea: dibujar líneas en un papel mientras recita en voz alta lo que son sus poemas, pues es su momento de inspiración. Después lo repasa, y comprueba que está todo, por un lado los dibujos, por el otro el texto escrito, y todo bien guardado, como su doctora le ha prometido. La inspiración solo acude entonces, como si entrar en el despacho fuera el momento mágico de la llamada, y la mano del médico que transcribe la realización sagrada de la obra de arte. Y entre ambos está él, Chema, el creador, seguro de sí mismo, sabiendo que solo es necesario alzar la voz para que los versos surjan y la mano sumisa y dócil los traslade al papel. Y después la carpeta se cierra y los versos quedan dentro, pues son versos secretos que no se destinan a nadie, que surgen del interior y se hacen voz, y la voz dibujo abstracto, y el dibujo palabra escrita. Y para eso solo hacen falta una mesa con dos sillas.