El transcurrir de la vida

La vida de los pacientes se ofrece a la mirada del médico como una trama que nunca deja de modificarse. Lo que aparece como certeza en un momento dado, queda anulado por lo que sucede a continuación, en un transcurrir de los acontecimientos y las emociones siempre cambiante.

El paciente busca la revelación del destino que lleva dentro y el médico contempla cómo se esfuerza en conquistar lo que de antemano sabe perdido, el amor del padre que lo ha abandonado o la cercanía del ser amado que ha muerto. Y el médico siente que la única certeza es que todo es relativo, que nada es visible de inmediato, y comparte con el paciente la sensación de inseguridad ante el ser cambiante de los otros y ante el ser cambiante que nos habita.

En ocasiones, el espectáculo que se contempla ofrece en una única visión la crueldad del mundo y su carácter sagrado. El horror junto a la puerta del paraíso. Y el paciente espera que el médico sea capaz de conducir el estado de confusión en que se encuentra hacia un orden razonable que le dé sentido, porque como decía un padre, “desde que esto comenzó lo que no era es, y lo que es no era”. A medida que avanza la nueva situación, más extraño se le hace el mundo a su alrededor y más se aísla en una dolorosa soledad. Su esperanza es que el médico descubra la palabra mágica y secreta que devuelva la paz a su corazón, y conjure los males del destino, que le libre del desorden y la irracionalidad de la vida, de sus golpes repentinos e insensatos. Que le ayude a recuperar el nombre verdadero de las cosas.

El médico sabe que las cosas y los acontecimientos son tal como son y la vida discurre por sus cauces naturales: el sentimiento de pérdida y abandono, la conciencia de culpa, el azar, la venganza, el deber, la fe y la búsqueda de redención. Y en este camino es difícil compaginar la aceptación con la pasión comprometida, la ecuanimidad con el entusiasmo, la sabiduría de la distancia con la emoción de la experiencia, pero ese es el desafío. En realidad está bien sentirse perplejo, pues la perplejidad es esencial para estimular la imaginación, para darse cuenta de que desconocemos el objetivo último de la vida, la respuesta a la pregunta definitiva: qué se esconde más allá de la muerte.

La angustia brota de la dificultad que supone discernir lo verdadero de lo falso. Es, en último término, una angustia de carácter moral. Otras veces nace del impacto que se siente ante el choque de fuerzas, unas creadoras, otras destructivas, que impregnan el quehacer humano y que rara vez se separan.

El médico, junto al paciente no tiene miedo de tocar la tragedia total o el mal absoluto que el paciente siente en ese momento como la única realidad de su vida, porque eso también es la vida. El paciente sufre, y el médico a su lado, por el mundo que cambia, por las verdades que pasan, por los rostros amados que se alejan, por la innumerable pérdida de las cosas.