Elena

El problema que tengo es un problema interior, conmigo misma. Nace en mí y en mí termina. Tengo una visión pesimista de lo que soy y de la vida. Me veo horrible, no soy nadie. Ante la gente me siento intimidada, fuera de lugar, y siento pánico delante de aquellos que no conozco. Entonces me repliego, me retiro y rumio mis pensamientos, todos negros, soy inútil, soy inútil, no valgo para nada. Siempre estoy limitada y atada por la vergüenza, así, cohibida por mí misma me corto las alas. Veo donde estoy, sé que no llego, pero me asusto y no cambio, no soy capaz de dar el salto. No disfruto con nada, pues todo pasa por el filtro feroz de mi crítica, sobre todo yo, lo que soy, lo que no he sido, lo que nunca llegaré a ser. Solo una idea permanece inalterable, no soy nada y no seré nada.

Antes de hacer algo dedico horas, días, a pensar que no sabré hacerlo, que será un fracaso, y el tiempo pasa y yo permanezco inmovilizada por la idea de mi inutilidad. Como no hago, no me realizo y siempre estoy insatisfecha. No puedo dejar de estar atenta al terror de la vida, esa característica de la existencia de la que me siento prisionera. Me asusta este mundo tan competitivo, o eres el mejor o no eres nada, y se trate de lo que se trate, siempre creo que no sé lo suficiente, nunca me siento preparada. Pero además soy incapaz de pedir, me aterroriza que me digan no, ese no, sería la negación absoluta de mí misma, la confirmación exterior de lo que yo ya sé por dentro.

Me angustia el paso del tiempo, dejar que pase la vida, pero soy incapaz de moverme, de tener iniciativa. Estoy descontenta con el tiempo transcurrido, debería haber hecho algo más, pero me siento cobarde. Odio los miedos que he tenido, no he hecho más que esconderme, pero aún no he encontrado la forma de liberarme. A veces me inundan ráfagas de dolor, corrientes que me empujan hacia un mundo de oscuridad y de sombras. Otras veces distingo una pequeña luz que luego se apaga. Rara vez me siento bien y cuando lo estoy, me produce una inmensa sorpresa y sé que pronto pasará.

He estado paralizada por un sentimiento que no me dejaba hacer nada, prisionera en un mundo aparte, alejada del exterior. Ahora comienzo a sentirme una persona diferente y me pregunto quién soy. No he tenido tiempo de saber quién soy, todo lo que sabía de mí era producto del problema que me atenazaba, y mi verdadero yo no ha tenido la oportunidad de manifestarse. Últimamente me siento un poco mejor y quisiera emprender el camino de buscarme para encontrarme, y siento miedo, miedo al cambio, pero sin cambio no hay vida. Quisiera adentrarme en un proceso de reflexión y conocimiento de mí misma que me permita analizar mi carácter, descubrir los aspectos negativos que me atenazan, saber lo que debo cambiar.

Aún tengo momentos pesimistas, negativos, pero ya no me desestabilizan. Incluso los necesito, son parte de mí misma, son lo que yo he sido, y vivirlos es seguir siendo. Me han llenado durante tantos años que abandonarlos es también abandonarme, perderme. Han sido mi modo personal de sentir y tengo la impresión de que dejarlos del todo de lado me haría superficial. También cultivo la melancolía, me va. Van y vienen las oscilaciones del humor, las conozco, nos conocemos, dialogamos. Hasta que la tristeza, la visión negra, me invade, entonces deseo salir, quiero que pase. Me pregunto qué relación hay entre los sentimientos que yo tengo y las realidades que me rodean, la mayoría de las veces ninguna. Cualquier cosa, la menor contrariedad, me hunde, entonces comienzan las ideas negativas, los sentimientos de desolación e inutilidad, la incapacidad para comunicarme. Todo lo veo desde esa perspectiva errada y haga lo que haga, me equivoco.

Ahora que comienzo a acercarme a la gente no soy capaz de hablar con naturalidad, cuando hablo, lo hago presa del pánico. Las palabras no fluyen como algo natural que uno aprendió de niño, las palabras, ellas también, son prisioneras del miedo. Pero no se puede renunciar a las palabras, sin ellas no somos nada. Tengo que hablar para ser alguien, para no ser un papel en blanco a merced de otros. De esa forma me siento totalmente sola, pues nadie me conoce. Si no hablo, si no digo, no me afirmo y no soy nada. Las palabras engañan, sí, pero no disponemos de un medio mejor para conocer y conocernos. Son una limitación, pero también el cauce por donde discurrimos, ellas pueden hacer que haya sentido a pesar del enigma. Solo dispongo de las palabras para saber quién soy y quién quiero ser.

Lo que un día fue para mí certeza, hoy es nostalgia, pero yo aspiro a ver por vez primera el mundo, a desnudarme del todo y abrir los ojos a la realidad como los abre un recién nacido. He pasado el tiempo mirando hacia atrás, vuelta al pasado, convencida de que allí estaba mi refugio, entregada a ensoñaciones y momentos idealizados que tal vez nunca existieron. Hoy quiero vivir los instantes concretos, la inmediatez de la vida. Quiero entregarme aquí y ahora, olvidarme del pasado, del que ya nada puedo esperar, y no pensar en el futuro. Quiero apresar este instante para que me alimente el resto de la vida. Deseo demorarme… en la superficie del lago se reflejan las nubes; es el alba, la niebla avanza y envuelve las figuras; el cielo azul acoge el crepúsculo de invierno.

Quiero ser artista. Aspiro a desentrañar el misterio de la luz sobre la naturaleza y sobre la soledad del hombre. El misterio de la luz que percibo tan cerca de mí y al que deseo abandonarme.

Elena

Se ha enamorado, le ama inmensamente, pues desde el principio supuso que él también la amaba. Después de tantos años de silencio y oscuridad, de permanecer encerrada, prisionera de tanto miedo, angustia y dolor, él aparece y ella sabe que le ama. Ha cumplido veinte años y el dolor comenzó cuando era niña. Dolor, vergüenza, culpa. Le duele la vida, se avergüenza de cómo es, y siente la culpa de no haber sido ella quien muriera, de que fuera la hermana la elegida. Y ella qué puede hacer, cómo reparar esta herida irreparable. Se mete hacia dentro, se entrega a la repetición absorbente de pensamientos que la acosan. Tal vez pensándolos, una y otra vez, todo el tiempo del mundo, acabe recuperando un tiempo personal que perdió hace tantos años. La imagen que tiene de sí misma es un desierto de desolación. Solo llanto, solo llanto.

La primera vez que vino a la consulta estaba paralizada por la vergüenza, siente pánico a hablar de sí misma, por sí misma, a decir lo que siente, lo que la humilla, a ocupar un lugar en el mundo. Ella no tiene lugar. Se siente y se sabe de sobra. La vida no es un camino que se abre ante sus ojos e invita a ser recorrido. No, la vida es un pozo oscuro, y el camino conduce hacia dentro, más abajo, más abajo. A veces la caída es vertiginosa, la cabeza le da vueltas, la velocidad la arrastra hacia el fondo, hacia el fondo. Otras veces el descenso es en línea recta, en vertical, con una velocidad uniforme, imparable, no hay remedio, no hay remedio. Una vez la angustia fue tan acerada que decidió salir de sí misma para luego retornar en un estado de paz y silencio. Se toma las pastillas con un esfuerzo supremo, llega el sueño. Pero no es tan sencillo, dormir, cruzar la puerta, descansar. No ha cruzado la puerta, ha vuelto al lugar de siempre, al pozo oscuro, y siente más miedo, otro pánico añadido. Seguir allí es volver una y otra vez al principio del final.

Se pregunta si es posible escapar de la fuerza que la empuja, del impulso que la hunde, emprender otra ruta, otra trayectoria aunque sea incierta. Darse a sí misma un mínimo de confianza. Algunas noches contempla una estrella enfrente de su ventana, es Venus, y su brillo le hace sentir esperanza. Pero de nuevo retorna al pozo oscuro, y ese momento de luz es un consuelo fugaz. Un día vio una bandada de zorzales que cruzaba hacia el Sur y quiso ser uno de ellos. Pero ella no es un pájaro, ella es una niña, y las niñas no vuelan, no pueden surcar el cielo, solo pueden recorrer la tierra.

La primera vez que lo vio, sintió algo que nunca antes había sentido, supo que estaba viva. El contacto con él solo revelaba misterio, y ese misterio la fascinaba. La luz estalla, un pálpito de felicidad la golpea por dentro, se siente reconocida. La crece el deseo, siente sed de tener sed. Quiere que su mirada vea cómo mira la suya, que sus manos sientan, cuando la tocan, cómo se curan sus heridas más invisibles. Sus ojos le piden, llévame contigo a la cumbre más alta y que tus besos me arrullen dulcemente en silencio. Quiere que en sus pupilas quede grabado, eternamente, el rostro de quien más lo ama, pues en ese rostro solo aparece el fulgor del éxtasis. Ha pasado de la agonía a la plenitud, de la noche a la claridad y el peso de la vida es más ligero. Cada vez que se separan retiene en los ojos el resplandor de su última mirada, llega a casa, corre a encerrarse en su habitación, apaga la luz, se acurruca, balancea suavemente el cuerpo, se concentra, se acuna para que nada le robe ni un átomo de la sustancia suya que lleva por dentro. Toca la mano que él tocó, acaricia los párpados de los ojos que a él lo miraron. Pasa así el tiempo soñándose, soñándolo. Se abandona a la dulzura que la invade como la gaviota a la corriente de viento. Sueña como se sueña la primera vez, y siente que en el fondo de su alma arde una hoguera.

De la calle entra una música que asciende por los muros, se detiene, cruza la ventana, llega hasta sus oídos. Y se dice, escucha, todo es posible, sí, todo es posible, lo que importa es estar vivo aunque solo sea un instante: oír el sonido del violonchelo que llega sin esperarlo, contemplar la gota de rocío suspendida en la brizna de hierba, sentir el soplo de la brisa que ya habías olvidado. Y todo a cambio de nada, un regalo de la vida que hay que coger al vuelo.