La anciana

La modesta y tranquila repetición de los gestos cotidianos protege a la anciana del caos de la vida, como si tuviera la certeza de que es en esos acontecimientos insignificantes donde la vida manifiesta su verdadera esencia. Cruza la calle con su aspecto pulcro y menudo, y transmite el misterio del sosiego y el silencio que solo a ella pertenecen. El sosiego de quien sabe que lo que hace tiene sentido. El misterio de quien está en posesión de un secreto, de un saber oculto, el que permite acortar la distancia que existe entre la realidad y el deseo. Antes de cruzar la calle mira a ambos lados, sujeta el bolso, se apoya en el bastón y camina lentamente, y todos sus gestos reproducen los gestos cotidianos de tantas mujeres, que una vez solas, muertos los suyos, siguen cuidando de los que cuidaron, en una continuidad natural e inmutable de la vida. Los gestos de las mujeres a lo largo de la historia, siempre dirigidos al otro, en un vaciamiento de sí mismas que es su modo personal de estar llenas. La plenitud del otro es su propia plenitud. La búsqueda sostenida de un bien posible y real, el empeño en una línea de esperanza, a veces leve, casi imperceptible, pero que nunca muere.

La persistencia en el logro del objetivo, la mansedumbre, es lo que ha dado al quehacer femenino de entrega a los demás, su verdadera esencia. Persistir a pesar de los fracasos, seguir adelante, continuar la lucha, es lo que parecen decir tantas mujeres que acuden a la consulta con el hijo enfermo, con el marido ausente. No nos vencerán, porque si nos rendimos, todo habrá terminado.

La anciana recuerda al marido muerto, al hermano con demencia que ya no puede venir a casa, al hermano sano que no desea verla, y lo hace sin perder la paz, una paz que ella sustenta en los hechos cotidianos, en la luz de la mañana al abrir el balcón, en la pared de la casa de enfrente que siempre se desmorona, en los rostros de los vecinos, en las cosas de la casa. Y piensa, como Dios después de la creación, que todo está bien y que todo ha estado bien. Que la vida se ha cumplido y el futuro no es mas que una prolongación de tantos dones, una forma de abandono, de espera reposada; una sucesión de días y de noches, que se cumple de forma inmutable, como se cumplen las leyes de la pleamar y la bajamar.