La mañana
Camino del hospital el ciprés se levanta al lado de la torre de la iglesia, y dialoga con el chopo que se eleva por encima de él, en una imagen inusual en el centro de Madrid. El jardín, que milagrosamente se ha salvado, es una isla de verdor, pequeña y recatada, que preserva la mirada de coches y murallas de edificios. A lo lejos, por encima de tejados y chimeneas, en esta hora del amanecer, se levanta la aurora de tonos rosados, mientras la vida permanece amortiguada en el refugio de las últimas horas del descanso nocturno, cuando el furor de la prisa aún no ha comenzado.
La madre que acude esta mañana a la consulta con el hijo de trece años desea saber el motivo exacto de lo que le sucede. Por qué se niega a salir de casa, por qué no puede respirar y las manos le sudan, por qué el corazón se le desboca. El hijo ha vuelto a ver al padre después de un año de separación y ausencia, y ha contemplado, como testigo mudo, la separación tumultuosa de la madre de su nuevo compañero. Ha visto con sus propios ojos que el mundo que le rodea es tornadizo, los afectos inseguros, los lazos inestables. La madre desea una causa concreta y una solución rápida, y el chico la mira consternado, ante esa necesidad urgente de etiquetar lo que le pasa, de reducir y resumir en una frase sencilla la explicación de todo su miedo, de todas sus dudas. El muchacho levanta los ojos, mira de frente a la madre y le dice, mamá, es la primera consulta, en un gesto de sensatez que la madre no tiene. Pero la mujer reflexiona, se queda en silencio y acaba por aceptar que algunas respuestas requieren de un poco más de tiempo.
El muchacho siente nostalgia de los tiempos felices, cuando los padres vivían juntos, porque él les quiere a los dos. Es ahora cuando empieza a aceptar que ya no hay camino de retorno, vuelta atrás. Y esta certidumbre le resulta insoportable. A lo largo de un año ha cultivado, en secreto, la esperanza de que todo cambiaría. Soñaba, que como en los cuentos que leía de pequeño, vendría Aladino con la lámpara maravillosa, y los rostros de su padre y de su madre se transformarían y recuperarían el amor y la felicidad con que él les recordaba. Pero no, ahora sabe que eso ya no volverá a suceder, y ese es el peso que le hunde y que no le deja respirar y le da dolor en el corazón. Mira al médico y le pide una respuesta, algo que aminore su angustia, y escucha su voz que le explica, suavemente, cómo la nostalgia del pasado también puede llevar a contemplar el futuro, a descifrar sus claves, y la imagen ideal del tiempo transcurrido no tiene que traducirse necesariamente en el deseo de volver atrás, sino en un potente impulso para transformar y hacer suyo lo que ahora tiene.