La verdad secreta

En la relación del médico con el paciente hay siempre una parte que no se dice, que se da por sobreentendida y a la que solo se alude. Es la parte secreta que no se nombra, pero que ambos saben que comparten y que constituye en ocasiones un potente lazo de unión. Esa parte secreta puede surgir al principio como algo sencillo y nítido que más tarde evoluciona y adquiere una dimensión compleja y enigmática, más próxima a la verdadera realidad humana.

El médico busca detrás de la apariencia del paciente su verdad secreta, aquella que mejor revela su auténtica naturaleza. El descubrimiento surge en ocasiones de repente, en una visión instantánea que conduce al corazón de lo inmediato. Otras veces se desvela poco a poco.

Para dialogar con el paciente el médico tiene que aprender antes a dialogar consigo mismo, debe aprender a escrutarse y a oírse. Así sabrá quién es él, y de ese modo podrá saber quiénes son los demás. Pero también es posible que el médico ilumine el horizonte del paciente, mientras él mismo permanece en la tiniebla. A través del diálogo el médico da curso a las ideas y emociones del paciente y el paciente, con su presencia, da cauce al quehacer del médico, a su estilo personal de obrar. Es el paciente quien determina en último término, el estilo del médico, pues es la presencia del paciente concreto que contempla, escucha, opina y piensa, lo que define el tono de la conversación y del encuentro.

La relación con el paciente implica siempre un estado de espera y de tensión. Es la espera del final deseado y no obstante imprevisible. Es la tensión de la incertidumbre que acompaña a toda enfermedad por simple que sea. El médico y el paciente comparten esa tensión, esa incertidumbre como un poderoso lazo que les une.

Algunas veces la resolución de una enfermedad o de un problema complejo surge del modo más inesperado, cuando menos parecía posible, como si todo se hubiera mantenido en suspenso hasta ese momento concreto, en que la gracia, el arte, o lo que se ignora, entran en escena.

El médico descubre que las historias de los pacientes son la imagen permanente de la vida, el torrente por el que fluyen las pasiones humanas, toman cuerpo y se desvanecen, para volver de nuevo a surgir. La violencia y el dolor se confunden en ese camino con la felicidad y el deseo. Es el flujo y reflujo de la vida, contradictorio y desconcertante, que siempre nos sorprende. Esas historias se entretejen con la propia vida del médico, le enfrentan con lo desconocido e impredecible, pero también con la transparencia y la luz.