La vida verdadera

La abuela ha llegado esta mañana la primera a la consulta, pues la hija trabaja, y es ella quien acompaña al nieto. Conoce a la gente del hospital, hace años que acude regularmente, y saluda a unos y a otros como se saluda a los vecinos. Es inteligente y agradable, le gusta hablar, opinar de lo que pasa, comprender la vida, ella que ha sido analfabeta hasta hace poco, cuando el Ayuntamiento organizó los cursos en el barrio y pudo aprender a leer y escribir. Pero ella piensa, se fija y piensa, y opina, y le gusta hablar con el médico y ver qué dice y comprobar si sus opiniones coinciden. Entonces exclama feliz, ¡doctora, se siente una tan inteligente hablando con usted! Hoy viene impresionada por las decisiones que toma la gente en la edad madura, cuando la vida en su opinión debería ya estar asentada. Esas decisiones que llevan al abandono de la mujer o del marido, a la separación y distancia de los hijos, o ni siquiera eso, solo a un cambio de rumbo cuando uno ha cumplido los cincuenta o los sesenta, un cambio de dirección que se considera imprescindible, porque la vida anterior se ve como un fraude. Un fraude que no permitió realizarse, ni vivir la juventud como ahora uno piensa que debió vivirse, ni sacar a la vida todo el jugo que ofrecía. Y por eso ahora es preciso cambiar, resarcirse, vengarse.

Y la abuela, que sufrió y perdió la guerra, contempla el panorama con ojos incrédulos, con cierta socarronería, ¿usted se lo cree doctora, usted se lo cree? Yo no me lo creo, en realidad deciden inventarse una vida falsa porque no han sabido llevar una vida verdadera. La nueva vida exige según ellos la negación de la anterior, el rechazo de todo lo que les liga al pasado, pero es engañarse, en el fondo no es más que un intento desesperado de huir del dolor, con la ingenuidad infantil de creer que eso es posible. Y como no lo es, las invenciones, las escenas, los enfrentamientos, las falsas creencias que el proceso implica, alcanzan proporciones descomunales que llevan a conflictos irresolubles por absurdos, rupturas con amigos y familiares, crisis de desesperación, falsos consuelos, que ocupan el interés y la imaginación por un tiempo y terminan en nada, al constatar que la vida anterior, que se juzgó tan inútil, ya no existe, y la nueva, tan deseada y soñada, es pura apariencia y no va más allá de una obra de teatro que se representa y termina.