La vuelta a casa

Cree que para él ha llegado el momento de volver a casa. Después de tantos años está convencido de que la vida es siempre un viaje que busca sin saberlo el retorno al origen pues, en el fondo, siempre es de nosotros de quien nos separamos cuando partimos. Quiso huir de la realidad cotidiana, salir a la búsqueda de algo extraordinario y distinto, de un futuro abierto y cargado de promesas pero, al final, y sin saber por qué, siente que ese mundo de posibilidades infinitas se encuentra de nuevo en la infancia, en la casa familiar donde la vida siempre estuvo por delante.

Hoy ha vuelto y sus ojos se reencuentran con los objetos familiares, el sillón del padre, la foto de la hermana, el collar de la madre, y olvida, aunque solo sea de momento, el desasosiego y la melancolía de tantos dioses personales perdidos por el camino.

Puede ser que esa sensación de paz no sea más que un engaño, un velo que descansa brevemente la mirada, pues el retorno ya no es posible. O tal vez no, y sea allí, en la vuelta a los orígenes donde le espere de nuevo la poesía del corazón al alcance de la mano. Volver sería así un modo de domesticar la vida que se escapa y que devora, una forma de detener su ritmo enloquecido hasta lograr un tiempo humano que le permita recobrar la sucesión acompasada y duradera de las cosas. Y es ahora, en estos momentos, en esta sensación de intimidad solitaria que le invade, cuando tiene la certeza de que ha vuelto a casa.

Decide salir. A lo lejos surge el paisaje tan amado de la infancia, un paisaje que encierra en su perfecto trazado, siglos de historia convertidos en arte y naturaleza. Y él se deja llevar, quiere empaparse del aire y de la luz, del perfil de los campos que se extienden hasta el horizonte, del olor de la naturaleza, del silencio. Se sabe hijo de este lugar donde la tradición se prolonga en nuevos caminos y senderos, y desde aquí se siente impulsado a escuchar otras voces, otras realidades, que le hablan desde dentro. Impelido a descubrir, otra vez, nuevos mundos, y si es preciso, a sentirse extranjero, para emprender de nuevo el camino de retorno, el viaje interior que conduce al fondo del ser y que nunca termina.