Los padres

El proceso de búsqueda de lo que le pasa al paciente no sigue siempre un orden lógico, no se dirige de forma directa a la causa que desencadenó los efectos. No se detiene en las apariencias visibles, sino que escruta los significados que esas apariencias encierran. La búsqueda se desliza sobre el filo ambiguo que separa lo que se muestra de la verdadera realidad. En lugar de quedarse en lo que se ve, se adentra más allá, e intenta descifrar lo que se oculta, no porque el paciente desee ocultarlo, sino porque se siente incapaz de identificar y transformar en palabras lo que tanto le perturba.

El secreto se convierte así, con el paso del tiempo, en un peso que se arrastra, en un yugo que ata y para el que no se encuentra alivio. Pero no seguir un orden lógico no significa ausencia de lógica, sino seguir un recorrido distinto que conduzca a un final liberador.

Ambos padres llegan muy pronto a la consulta, hace un día de invierno frío y húmedo, y una luz grisácea, con ráfagas de niebla, da a las casas y a los árboles un aspecto fantasmagórico. Se sientan uno al lado del otro dejando una distancia, marcando una frontera. No se miran, no se rozan. Permanecen derechos, erguidos, tensos los músculos del rostro, ansiosos porque llegue este momento y, tal vez, esperanzados. El deterioro de la relación que comenzó a manifestarse hace unos años sigue su curso, unas veces como una agonía difusa y otras como una ruina imparable que amenaza con arrasarlo todo. Se saben habitantes de la cárcel que ellos mismos han construido, tapiando balcones y ventanas, puertas y respiraderos, para que quede obvio que no hay esperanza. Los días siguen su curso inalterable, el silencio que cultivan de día se prolonga en la noche, o se alterna con momentos de cólera, gritos que intentan herir o conmover al otro pero que no lo logran. Flechas que se lanzan y chocan con la misma coraza. Después todo vuelve a ser lo mismo, la vigilancia obsesiva del uno al otro, el temor a ser herido, la imposibilidad de separarse. La suya es una lucha ciega y sorda, ajena a todo raciocinio, que no obstante las sentencias de los jueces avalan, como si la locura individual hubiera contagiado a las leyes y a los jueces que las aplican.

Convertidos en Sísifo, cada uno se apresura a cargar con la roca de su descontento, para elevarla hasta lo más alto y dejarla caer, y en la caída arrasar todo lo que creció a su paso. Lo peor es el peso que soporta Sísifo sobre su deseo, la obstinación de la roca en caer, cumpliendo un destino ciego. Han buscado intermediarios en los que no creen y a quienes, en el fondo, no necesitan, pues en realidad, no consideran posible ni probable ningún otro modo de vida. Pero consultar forma parte del decorado, el aspecto más agradable de la puesta en escena de su empecinamiento.

Cuentan su historia como si se tratara de una reconstrucción arqueológica. Describen los niveles que el tiempo ha ido depositando, de forma que cuando creen haber llegado al último y más profundo, aparece debajo otro más antiguo, que según ellos, encierra la clave definitiva que explica el comienzo de todo. Lo mismo que un primer asentamiento humano da lugar con los siglos a otros sucesivos, y una civilización cede el paso a otra, que se desarrolla precisamente allí, en el lugar elegido por los primeros pobladores y no en otro, lo que ellos llaman el primer nivel de su relación ya transcurrió donde y cómo no debía, en un error de lugar y de tiempo que tal vez había condicionado todo lo demás. Permanecen así inmersos en el infierno de su despropósito, atados a la locura que con tanta dedicación, la vida y ellos mismos han construido.

La niebla se ha disipado y un gorrión se posa en la rama de la higuera. Los padres siguen hablando y algunos recuerdos se resisten a ser evocados. El relato adquiere unos perfiles difusos, como si la realidad fuera reacia a ser resucitada, como si de algunos recuerdos se conservara la turbación, pero no el acontecimiento que la produjo. Turbación y recuerdo son ahora, en cualquier caso, el objeto de su descubrimiento.